lunes, 3 de marzo de 2014

Reto: ¡Yo escribo! (4/8)

¿Cuál es tu personaje preferido?


En realidad, solo tengo un personaje existente. Aquí pueden ojearla en un primer párrafo:


La pequeña mariposa fantasma se estremeció y salió volando. Huyó del movimiento y la luz, y se refugió en lo profundo de las cortinas. ¡Su armario había sido abierto! Se asomó y vio como esa estúpida sacaba sus prendas. ¡Sus vestidos dulces, sus zapatos cálidos! No tenía derecho alguno, esa era su casa. La escuchó despotricar por no encontrar algo decente, y muchas barbaridades más. La polilla la ignoró fastidiada y siguió durmiendo. Después de todo, ¿quién mandaba a la humana a aceptar esa invitación?

Se infiere que la "humana" es Cookie, nombre que inventé hasta hace unos pocos minutos cuando necesité denominarla de alguna manera:


Cookie. Nació de un café mañanero que escupí, porque yo le voy al té. Su madre soy yo, lo cual es decir que no tiene padres. Simplemente nunca existieron. Hasta el momento, sus hermanos y hermanas son esporádicos, y ninguno se ha asentado como ella, así que no posee ninguno. O vive en su habitación de ubicación desconocida, o en las calles donde siempre corre a algún lugar. No sabemos aún a que se dedica. Describirla físicamente sería crear una Mary Sue, ya que nos fijamos más en su alma que en su cuerpo. Sin embargo, sería castaña, desordenada y con un vestuario bipolar, pues es media vaga-media fashionista. Sus labios son rosados y respingados, como si besara. Cuando se siente segura, es muy alta y estilizada, pero en general es pequeñita y redondeada, como un gatito.

Poco a poco se va aventurando en el mundo a través de mi lápiz-siempre-confiable negro, o en mi computadora. Realmente la amarían... o la rehuirían, igual que con todo el mundo. Pero no se preocupen, es alguien que vale la pena conocer, siempre y cuando sean dulces. ¡Es un poco sensible!


También jugueteo un poco con mis musas. A veces se encuentran al lado de mi pluma manchando con tinta, o arrugan mis sobres para cartas, o me pierden tijeras y lápices. ¡Nunca me doy cuenta de cómo sucede todo! 
Lo último que han hecho es esconderse al fondo de mis libros y echar una siesta que ha durado todo el verano. ¡No las he visto para nada! Tal vez con el frío vengan a acurrucarse conmigo.

Reto: ¡Yo escribo! (3/8)

¿Cómo es vuestro ambiente de trabajo? 


¿Han estado alguna vez con un libro en el regazo y una taza de té (o café, cada cual con su cuento) al lado? ¿En un escritorio soleado en un cuarto apacible? Y allí entre sus manos,  ¿un cuaderno impoluto y una pluma preciosa al lado? Vamos, es el sueño de muchas el poder crear un "algo" magistral en un paraíso así, y me incluyo completamente. No hay más que calma, silencio y belleza. 

De tu cabeza podrían salir poemas de amor inspirados en las rosas del florero, novelas dramáticas en las que el príncipe escala el mismo balcón que está allí para declarar su amor a la princesa, cuentos rápidos como los pajarillos que se sientan a contemplarte y se van en un suspiro o lentos como el vuelo de una abeja panzona que retoza al sol. ¿A que no es perfecto, inspirador...?


Para mí, no. El bosque, la perfección, el silencio... todo eso sirve para sumergirme en el mundo de la lectura, ese momento en el que solo estás tú y nadie más. Pero, ¿escribir? Ja.


El escenario es el Metro de Santiago, observando fijamente a la gente a mi alrededor o perdiendo decididamente la mirada. Solo tengo como testigo a mi cuaderno de inglés, o religión, que pierden hojas tanto como las lleno a modo de catarsis emocional o historias locas que pueden surgir al momento. Debe haber ruido ambiental, y suelo escribir de noche o con un luz tenebrosa y gris. Y mi lápiz es el siempre fiel Parker tinta negra, que cuido de siempre tener a mano en cualquier momento.



Y si no, entonces escribo en la biblioteca de mi escuela, un lugar pequeñísimo donde solo está lo indispensable, con mesas pequeñas y una luz amarillenta. Allí también hay mucho ruido, pues al momento en que me siento hay miles de estudiantes revoloteando alrededor, terminando trabajos, pidiendo y devolviendo libros, estudiando con profesores... una algarabía completa que me ayuda a poder concentrarme en lo mío. Allí nadie presta atención a alguien que esté trabajando con dos libros encima de la mesa, un estuche rebosante de lápices negros y azules y un cuaderno diminuto.

En esos momentos al azar nacieron rimas estúpidas que leo casi siempre, personajes pequeños que no llegan a tener nombre pero que deambulan por las calles de mi capital, y que en realidad no son nada serio, sino pequeños monstruos que me acompañan todos los días. 

Así, yo escribo en el bullicio.